Mario Caballero / Columna

Letras Desnudas / Mario Caballero 

Una mafia detrás de Pablo Salazar

El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional fue un parteaguas entre el ayer y el hoy de los pueblos indígenas de México. Centenares de vidas fue el costo que tuvieron que pagar para que el gobierno mexicano tan siquiera los volteara a ver. Durante siete décadas sobrellevaron la indolencia del Partido Oficial.

El conflicto estalló en las manos de Carlos Salinas, pero el responsable de conducirlo hasta sus últimas consecuencias fue Ernesto Zedillo. La primera petición que recibió de los zapatistas fue destituir al gobernador de Chiapas Eduardo Robledo Rincón, que había asumido el cargo el 8 de diciembre de 1994. “O lo corres del estado o simplemente no hay acuerdos”, dijo Samuel Ruiz, el obispo de San Cristóbal de las Casas que sirvió de intermediario entre los guerrilleros y el gobierno federal. Ruiz fue pieza clave en el destierro de la familia Robledo Aburto.
Como en el país la democracia es un anhelo y no una realidad, Zedillo accedió a las presiones de los zapatistas, y tras sesenta y nueve días en el poder destituyó de manera humillante a Eduardo Robledo. Para amortiguar un poco la ignominia le dio la titularidad de la Secretaría de la Reforma Agraria y después lo hizo embajador de México en Argentina.
En su lugar fue nombrado Julio César Ruiz Ferro. El día en que éste rindió protesta como gobernador interino todos se preguntaban y ¿quién diantres es Ruiz Ferro? Nadie lo conocía: ni por habladas ni por vista.
En la entrada del Palacio Legislativo se juntó un gran número de gente esperando la llegada del nuevo gobernador. La lógica era que si había sido impuesto por Ernesto Zedillo, presidente salido del PRI, entonces Ruiz Ferro tenía que ser del mismo partido. La cosa era que ningún priista en Chiapas sabía quién era.
Cuando entró al recinto acuerpado por elementos de seguridad, gente del gabinete heredado por Eduardo Robledo y otros representantes del presidente de la República, la confusión fue total. Hasta que detrás del grupo se oyó el grito de una mujer: “Es el de atrás, el jorobadito”.
Ahí estaba Ruiz Ferro, un hombre de estatura media, cara rechoncha, pelo entrecano y con una larga mueca en la cara tratando inútilmente representar una sonrisa. En la espalda parecía cargar el peso de la imposición. Vestía el tradicional traje color negro y corbata roja. De tener un poco de cultura hubiera usado mancuernillas. Pero con todo eso, lo cierto es que fue la última vez que se vistió con decencia para un acto gubernamental.

RUIZ FERRO Y EL PT
Julio César Ruiz asistió a todos los eventos de gobierno con pantalón de mezclilla, botas y camisa de cuadros. Del mismo tamaño de su informalidad era su ignorancia acerca de la problemática del estado y del estado mismo.
En cierta ocasión la gira de trabajo de Ruiz Ferro se llevó a cabo en el municipio de Ocozocoautla, y sus colaboradores le dijeron que irían a Coita. Al llegar le informaron que sus anfitriones lo estaban esperando para iniciar el acto, pero él se sintió engañado y comenzó a despotricar groserías contra sus empleados diciendo que “ustedes me dijeron que íbamos a Coita y estamos en Ocozocoautla”. Entre la pena y la burla, le aclararon al ignorante gobernador que Coita es la forma local con que se conoce a dicha ciudad.
Julio César venía de ser director de Finanzas de la desaparecida Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), donde Raúl Salinas de Gortari cometió uno de los fraudes más grandes en la historia de México. Al llegar al poder, el 14 de febrero de 1995, se encontró solo, sin equipo político y sin el respaldo de la clase gobernante. Por eso los que gobernaron durante el tiempo que duró su execrable administración fueron los mismos funcionarios que le dejó Eduardo Robledo.
La falta de legitimidad lo obligó a buscar el apoyo de los partidos y los políticos. Ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD, entonces las instituciones preponderantes, quisieron hacerle comparsa a un perfecto desconocido. Así que comenzó a armar grupos paramilitares para enfrentarse a la oposición, pero en lugar de tener el control creó un clima de ingobernabilidad y miedo. El peor resultado de su mediocridad fue la masacre de Acteal del 22 de diciembre de 1997.
Ante la indiferencia de las demás organizaciones políticas, el Partido del Trabajo (PT) vino a darle los aplausos que Ruiz Ferro necesitaba.
El PT nació como una alternativa política, como una propuesta que vendría a vigorizar la democracia y la participación ciudadana, pero nunca ha sido lo que prometió. Los chiapanecos jamás han votado por él. Está compuesto por un grupo de maestros que colgaron sus títulos para dedicarse de tiempo completo a la política. O mejor dicho para vivir de ella.
Amadeo Espinosa Ramos es el dueño absoluto del partido. Él puso al organismo a disposición de Julio César Ruiz Ferro. Lo que debió ser un contrapeso para la política y el poder gubernamental, el PT se convirtió en un absurdo lisonjero del gobernador. Le aplaudía hasta el tartamudeo. Lo defendió de los crímenes, de las matanzas de indígenas ligados al zapatismo, de los abusos de poder contra los grupos de oposición y fue un buen palafrenero en el Congreso. Gracias al PT, Ruiz Ferro dejó de ser el “político” desconocido que vino a Chiapas en plan de conquista.
El PT fue subsidiado por Julio César Ruiz con los recursos de los chiapanecos. Mes con mes salían del gobierno infames cantidades de dinero que nunca fueron aplicadas para la política, sino para enriquecer a los líderes partidistas que salieron de las filas de la Sección 7 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Eran diestros en la camorra y el chantaje.
Amadeo Espinosa es el jefe de los petistas. Ha sido dirigente del partido, diputado federal en dos ocasiones, diputado local y senador de la República, siempre por la vía plurinominal. Junto con Hugo Robledo Gordillo, Sonia Catalina Álvarez, Carlos Mario Estrada Urbina, Mario Humberto Vázquez y Abundio Peregrino García, se reparte los puestos direccionales y los escaños en el Congreso estatal y federal. Han utilizado la política para enriquecerse.
Hugo Robledo, por ejemplo, es quien controla las finanzas del partido. Desde hace muchos años tiene la propiedad de las guarderías estatales que operan con dinero público, conocidas como CENDI.

EL PT Y PABLO SALAZAR
Aristóteles decía que “los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados”. Así como lo hizo con Ruiz Ferro, Amadeo también ha estado relacionado con Pablo Salazar Mendiguchía. Siendo diputado local, capaz de manipular a la Junta de Coordinación Política en el Congreso, le autorizó a Salazar todo lo que éste quiso, así fueran iniciativas de ley o préstamos. Pero claro, asimismo él recibía del ex gobernador grandes ganancias.
Antes de que Salazar fuera detenido por los delitos de peculado, abuso de autoridad, enriquecimiento ilícito y asociación delictuosa, se rumoró que había convenido con Amadeo Espinosa la compra de una candidatura plurinominal al senado en un precio de 50 millones de pesos, que pasarían directamente a las cuentas bancarias de Espinosa. Pero al ser capturado Pablo el negocio se frustró.
No era ésta la primera vez que Amadeo trataba de vender un puesto legislativo, pues hace poco fue denunciado por la propia militancia de vender las candidaturas hasta en dos millones de pesos.
Pablo Salazar es miembro de la Iglesia de los Nazarenos, y sabe que el séptimo mandamiento es “no robaras”. Pero fue enviado a la cárcel por el peculado de ciento cuatro millones de pesos al erario público. Ahí, encarcelado y con uniforme anaranjado, el político que más veces lo visitó fue Amadeo Espinosa Ramos. ¿De qué hablaban? ¿Qué planeaban?
Fuentes cercanas a Letras Desnudas revelaron que nuevamente Amadeo Espinosa está pactando enviar a Pablo Salazar a la Cámara de Diputados o al Senado a través de una candidatura por el Partido del Trabajo.
Todos sabemos que Salazar fue un tirano, un represor, un gobernante que no tuvo el menor sentido humano para dejar a miles de familias sin hogar y sin comida. Como el caso Stan, por ejemplo.
La historia es nuestra y la hacen los pueblos, decía Salvador Allende. Así que en las manos de los chiapanecos está el impedir que esa tiranía resurja de entre los muertos. ¡Chao!

@_MarioCaballero