El Hipsterbóreo || Luis Fernando Bolaños Gordillo
*** El tecnopopulismo y su carácter moral y mesiánico
La imposibilidad de las izquierdas latinoamericanas de por lo menos imaginar formas distintas para superar los impactos negativos del neoliberalismo, ha incidido en los modos de expresar el populismo en el lenguaje político. Lejos de transitar al posneoliberalismo, el pensamiento de izquierda se estancó en encuadrar al pueblo como una especie de instancia moral capaz de construir junto a sus líderes un orden distinto y en satanizar a sus adversarios.
El populismo de izquierda tiene como límites ser una manifestación retórica que proclama la supremacía de la voluntad popular sobre instituciones y personajes considerados corruptos, puntualizando que el pueblo y sus líderes tienen una relación auténtica y cercana. La proclamación de un pueblo sabio, justo y lleno de ancestralidad, que deposita en sus líderes la confianza para combatir a los opresores capitalistas, es insuficiente para enfrentar al neoliberalismo por no tener rasgos pragmáticos.
Es pueril defender la noción de que el pueblo en su conjunto tiene los mismos deseos e intereses; es por esto que los líderes populistas siempre hablan en nombre de éste, asumiéndose como poseedores de verdades políticas. Esto atenta contra el pensamiento democrático, incluso al interior de la izquierda, simplemente porque la gente no está participando en la construcción de los contenidos de las plataformas políticas, solamente consume discursos e imágenes.
La valoración que se hace de la realidad desde el populismo está sobrecargada de simplicidad: hay un líder mesiánico que califica de corrupto al sistema en su conjunto, y las propuestas que comparte en sus discursos ofrecen soluciones simples a problemas complejos. En esta tesitura, el populismo contribuye a otorgar un sentido de inteligencia a todo aquel que propone soluciones sencillas a los problemas de antaño.
La maquinaria ideológica de ese populismo se encarga de antagonizar al pueblo con personajes de otros partidos; lejos de ser empoderado, el pueblo fue transformado en una instancia vacía, incapaz de proponer por sí misma las estrategias y propuestas para una transformación, para eso están sus líderes. Incluso quien exprese su desacuerdo al interior de la izquierda, podría ser expuesto como simpatizante del neoliberalismo, del capitalismo salvaje o de la mafia en el poder
Paradójicamente el populismo de izquierda necesita de los avances tecnológicos que tanto critica para hacer llegar su ideología a la mayor cantidad de personas, ha edificado una tecnocracia simplista que tiene como meta empañar todo rasgo de legitimidad de la oposición política. Las redes sociodigitales sirven para legitimar un tecnopopulismo sobrecargado de significados favorables; más que abonar al diálogo político, propaga un lenguaje tóxico en el no todas las ideas tienen cabida.
Esto puede apreciarse en la sección de comentarios de los posts emitidos por líderes de izquierda; estos ya no necesitan defenderse, es el pueblo con acceso a las redes sociodigitales quienes se encargan de hacerlo, incluso con un lenguaje agresivo, soez y lleno de inmadurez política. En la actualidad el pan y el circo circulan en las redes sociodigitales.
El tecnopopulismo es la nueva lógica de la retórica de izquierda y su manifestación es una paradoja, porque combina características del populismo de antaño con el pensamiento tecnócrata, con el objetivo de posicionar nuevos modos de organización política centrados en la “inteligencia”, “carisma”, “honradez” y “compromiso social” de unos cuantos líderes que siguen incluso reproduciendo actos de corrupción y nepotismo.
El devenir del siglo XXI muestra que las izquierdas latinoamericanas han dejado de ser tal y uno de los principales factores es que han caído en la espectacularización de su vida política, algo que ya había sido advertido por el filósofo francés Guy Debord en el libro La sociedad del espectáculo. La izquierda dejó de ser ideología para devenir en imagen con significados que incluso no les son propios porque provienen, como si fuese un mal chiste, del neoliberalismo y del pensamiento tecnócrata.
Los tecnopopulistas otorgan demasiado valor al uso de las nuevas tecnologías de la información; esto es evidente en las redes sociodigitales, en los canales de videos protagonizados por “expertos” de izquierda; e incluso en plataformas como Tik Tok o Instagram, donde las imágenes prevalecen sobre los contenidos. Como consecuencia, el lenguaje político de izquierda se mimetizó con el de la publicidad comercial, la mercadotecnia, el branding, las relaciones públicas y con el espectáculo.
La lucha de clases devino en una guerra de imágenes; los memes sirven para denostar, ridiculizar y humillar a toda manifestación opositora; el debate político fue opacado por la hegemonía de discursos simplificadores y maniqueos que se limitan a recrear un enfrentamiento ético y moral entre el pueblo y enemigos, que han perdido todo rasgo de presencia. La insistencia de utilizar categorías morales ha mostrado ser un riesgo para la democracia y la tecnología lamentablemente ha servido para invisibilizar o destruir toda categoría política llena de pensamiento crítico.
Las izquierdas han sido incapaces de contradecir en la práctica la frase “There is no alternative”, emitida por Margaret Tatcher”, ya que en vez de ser en la práctica contrarias al capitalismo, al neoliberalismo y la alienación, continúan reproduciendo los fundamentos de esos sistemas. Un tecnopopulista vive en una hiperrealidad cargada de moralidad e idolatría a personajes que tarde o temprano promoverán la tecnoutopía.