A ESTRIBOR / Juan Carlos Cal y Mayor
*** A destiempo
Un 14 de septiembre de 2014 llegó a Chiapas el general duranguense Jesús Agustín Castro de 24 años de edad al mando de 1,200 oficiales y soldados. Nos tomó desprevenidos y asumió sin resistencia alguna los tres poderes y el mando militar. Hasta ese momento los chiapanecos habían permanecido al margen del movimiento armado. Carrancear era sinónimo de robar y a eso se dedicaron. Llamaron a la gente a sublevarse, pero no los hicieron caso. Pero con tales abusos surgió el mapachísmo que fue movimiento contra esa imposición al mando de Tiburcio Fernández. La revolución se importó a Chiapas siendo que aquí prevalecía la paz muy al margen de la irrupción de los movimientos sociales en otros estados.
Chiapas ha vivido sus propios tiempos y hoy no estamos tan lejos de ello a pesar de nuestra dependencia política y presupuestal. Y me refiero al hecho de que la política no se puede solo analizar partiendo de lo que se vive a nivel nacional. Me explico. Si uno prende el televisor o se inmiscuye en las redes sociales se aprecia una polarización política constante en el ámbito nacional. Desde quienes defienden a ultranza al presidente de la república y quienes los critican acremente. Quienes sostienen la narrativa de la desigualdad, el clasismo, el racismo y los privilegios y quienes se asumen agraviados por tales calificativos.
En lo local suceden cosas distintas. La figura del poder ejecutivo es siempre intocable. Solo hasta que concluyen sus periodos empieza la carnicería y esto sucede cíclicamente. Luego se sorprenden y hasta piensan que el pueblo es malagradecido. El gobernante en turno se aleja de realidad. Y aun así, mientras en el país se debate por la división de poderes, aquí prevalece siempre la subordinación. No hay voces críticas ni tampoco propositivas. Solo una corte de advenedizos que apuestan a vivir del poder y creen que eso es hacer política.
Salvo por muy honrosas excepciones los órganos constitucionales son oficinas de trámite para cubrir las formalidades y eso porque sus obligaciones derivan de la Constitución. Nos sale muy caro el simulacro de vivir en una república. De la oposición mejor ni hablar. Más bien habría que preguntarnos, cuál oposición porque simplemente no existe. Los partidos políticos son franquicias electoreras que solo se activan en tiempos electorales para entrar a la repesca por el poder.
El virrey dirige al partido gobernante que cambia de acuerdo al sexenio en turno. La prensa local analiza la coyuntura de lo noticioso. Ejerce la libertad de expresión sin incomodar. Se dedica a la especulación, a la rumorología, a la adulación y muy poco al análisis. De ahí que sea difícil entender objetivamente nuestra realidad para los pocos que se interesan en ello.
Con una economía totalmente dependiente del gobierno, carecemos de una sociedad civil fuerte y consolidada. Los organismos empresariales se comportan como comparsas y vigilan sus propios intereses. Sus manifiestos son velados llamados de los que no obtienen mayor respuesta. Ante los bloqueos, la falta de estado derecho y la ingobernabilidad en algunos municipios, sus pronunciamientos, si los hay, son tibios, condescendientes. Los grupos de presión organizados o espontáneos actúan conforme a la satisfacción de sus propias necesidades y no los de la sociedad. Por ello vivimos inmersos en permanentes conflictos.
En ese contexto no hay ninguna posibilidad de tener elecciones competidas al menos para la gubernatura, el senado y la mayoría de las diputaciones federales. En ese contexto la gubernatura se definirá con quien encabece la candidatura del partido oficial y ahí el que elige solo es uno. En torno a ello se alienará la clase política, la empresarial, la sociedad y el pueblo. Los entes organizados y ese conglomerado aforme que espera quien le resuelva sus necesidades básicas. Los actores políticos apostaran por sus respectivos gallos, por sus propios beneficios y en esa apuesta unos ganaran y otros perderán por quien resulte el ungido. Una vez elegido, todos se alinearán.
Ante ese gris escenario deberíamos preocuparnos por la definición de mejores políticas públicas. Plantear soluciones viables ante los grandes problemas. Atender de raíz y no solo reactivamente. Reorientar el desarrollo en función de nuestros potenciales. Apostar por la generación de empleos mejor remunerados, la generación de oportunidades, el emprendurísmo y las inversiones en infraestructura que detonen la economía. Es la hora de revisar si el asistencialismo dio los resultados esperados porque a mi juicio han disparado el crecimiento de la población que su a vez acumula la pobreza generado dependencia y un clientelismo que manipulan a su antojo.
Si nos dejamos llevar por la descalificación en vez proponer. Si apostamos solo al poder, nada nuevo va suceder. Si seguimos haciendo lo mismo, no podemos esperar resultados diferentes. Necesitamos mejores funcionarios, gente honesta, con mejores talentos, gente comprometida con Chiapas. Si las cosas siguen igual, cada seis años seguiremos lamentándonos de que aquí no pasa nada y si pasa, no pasa nada.
Como decía el poeta Sabines «Aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada.»