Letras Desnudas / Mario Caballero
*** Adiós a las ideas
No sé a usted, pero a mí me da pena ajena ver cómo los políticos que quieren ser presidentes de México están dispuestos a hacer el ridículo con tal de darse a conocer, de hacerse visibles. Sin embargo, en parte lo entiendo. Vivimos en una época en la que se ha banalizado casi todo, en la que los valores morales carecen de importancia y en la que la sociedad apela más a lo divertido que a lo serio. Y la política no es la excepción. Es este el tiempo de la política del “me gusta”, de la trivialidad y la estridencia.
Por eso, en lugar de que veamos a Claudia Sheinbaum trabajando duro por combatir la terrible inseguridad de la Ciudad de México, la vemos saltando sobre un trampolín en el Zócalo capitalino tratando de alcanzar un récord Guinness.
O a Marcelo Ebrard más empeñado en promocionar su imagen que en cumplir con sus responsabilidades en la cancillería. Ahí que se haya pintado la cara de catrín para participar en un desfile alusivo al Día de Muertos en la ciudad capital. O a Adán Augusto López diciendo despropósitos como que los tabasqueños son más inteligentes que los ciudadanos del Norte. O a Lilly Téllez subiendo a la tribuna del senado de la República para insultar y desacreditar a sus oponentes políticos, especialmente a los de Morena.
¿Dónde quedaron las ideas? ¿Dónde las propuestas? ¿Dónde los buenos discursos? ¿Dónde los políticos que asumían con compromiso la profesión, los cargos públicos y las aspiraciones políticas? Porque, a todo esto, hay que saber que la política es algo serio.
FRIVOLIDAD
Estoy de acuerdo con todos los que creen que la política es cochina y que ha perdido credibilidad. Empero, es, como la definía Aristóteles, “el arte de gobernar”.
Por la política se han construido países independientes, Estados democráticos; se han elaborado constituciones, instituciones y consagrado las libertades. Por la política, las personas tienen derechos a elegir libremente dónde vivir, cómo ganarse la vida, qué profesión estudiar, con quién formar una familia. Y, por ella misma, en el caso de México, contamos con servicios de salud, accesos a una vivienda digna, a un empleo remunerado, a una educación laica y gratuita y a la libertad de culto, entre otros derechos.
Por todo ello, la política debe tomarse con la seriedad que merece.
Admito que la mayoría de las acciones que realizan los que quieren ser el próximo presidente de México son vistosas y hasta entretenidas, pero frívolas.
No son los únicos. ¿Recuerda la campaña política de Samuel García, actual gobernador de Nuevo León? Fue muy vistosa, llena de ocurrencias y dichos estrafalarios.
El ex candidato de Movimiento Ciudadano hizo junto con su esposa, Mariana Rodríguez, una campaña política con grandes escenarios, con conciertos musicales, reparto de propaganda, calcas en los coches, artistas circenses y, por supuesto, discursos y llamados al voto, pero no con planteamientos, propuestas y soluciones a las diversas problemáticas del estado, sino con arengas como “ni un voto al PRI, ni un voto al PAN y a la vieja política”.
En lugar de convencer a los electores y explicar las razones de porqué su proyecto a la gubernatura era el mejor, se tomaba selfies con los simpatizantes, protagonizaba historias en Instagram, grababa videos musicales y llenaba Facebook y Twitter con fotos suyas subiéndose al techo de los vehículos para pegar reclamos electorales y su esposa, empresaria e influencer, recordaba en videos la declaración de amor de García el día en que le propuso matrimonio.
Por supuesto, la campaña de Samuel García, al que algunos consideran otro aspirante presidencial, no tuvo ideas ni un proyecto real de gobierno, pero ganó la elección porque fue colorida, fresca y entretenida. Atrajo más la atención de los ciudadanos, más allá de que los haya convencido.
Aquí la razón de que los posibles candidatos presidenciales como Enrique de la Madrid, un político serio, culto y preparado, no llamen mucho la atención y no aparezcan en los medios. Mientras otros divierten con sus ocurrencias, otros aburren al electorado con propuestas de cómo resolver los problemas públicos del país. Ganan los estridentes, no los aburridos. Esa es la realidad.
¿Por qué ganó Donald Trump, por ejemplo? ¿Por tener las mejores respuestas para el país norteamericano? Para nada. Ganó por estruendoso. Un día dijo que México era un país de asesinos, violadores y secuestradores; otro día que podía pararse en la Quinta Avenida de Nueva York, disparar y no perder un solo voto; otro, que por ser famoso las mujeres le permitían hacerles de todo; uno más, insultó a su contrincante Hillary Clinton, etcétera.
Como podemos darnos cuenta en estos tiempos funcionan más las estupideces, los desfiguros y los escándalos para atraer la atención mediática, que los proyectos. Una desgracia.
¿POR QUÉ FUNCIONA ESTO?
Pero ¿por qué funciona? Dicen los que saben que este fenómeno tiene que ver con la emergencia de las redes sociales. Tal vez así sea. En estos tiempos, atrapados por Facebook, Twitter, Instagram y TikTok, hay que atraer al público con mensajes cortos pero divertidos. Nada más sensacional que lograr que un video se haga viral. Estudios recientes sobre el tema refieren que los líderes populistas ruidosos desencadenan muchas más reacciones y comentarios en la gente que los líderes tradicionales.
Por desgracia, a las nuevas generaciones les aburre la política del pasado. Me refiero a la que era seria y responsable. Ahora, por otra parte, hablar de partidos políticos a la gente le da asco. ¿Discursos llenos de datos e información? Ay, no. ¿Debates con argumentos? Guácala. A la gente parece gustarle más la política como espectáculo, no como canal para alcanzar los acuerdos y soluciones que se necesitan.
Por eso vemos a Sheinbaum saltando el trampolín. A Ebrard exhibiéndose como calavera. Al señor Adán Augusto descargando todo el odio y rencor sobre sus malquerientes. A Lilly Téllez pareciéndose más a Niurka que a un verdadero representante del pueblo.
Insisto: da pena ajena. ¿Qué necesidad hay de que nuestros políticos salgan con payasadas y no con auténticos planes? Tal parece que no compiten por un cargo público, sino por demostrar que pueden ser igual de populares y mediáticos como Kim Kardashian o Luisito Comunica.
Adiós a las ideas. Bienvenida sea la frivolidad y el escarnio.
Comprendo perfectamente que los tiempos son distintos y que no se puede seguir haciendo política de manera tradicional, sobre todo por las facilidades y la oportunidad que brindan las redes sociales. ¿Pero quién los puede tomar en serio? Hacer política requiere mucha responsabilidad para degradarse de esta forma.
Ya sólo falta que los aspirantes presidenciales se suban a su camioneta, coloquen una cámara y salgan a hacer política al estilo del Escorpión Dorado, ese sujeto enmascarado que leperada tras leperada, insulto tras insulto y ocurrencia tras ocurrencia, no aporta nada pero vaya que divierte.
@_MarioCaballero