Juan Carlos Cal y Mayor / Columna

A ESTRIBOR / Juan Carlos Cal y Mayor 

*** Polarizados

Desde mis primeros años de vida profesional decidí escribir y luego participar en política para expresar sin ataduras lo que pensaba. Era un joven idealista que creía que ante una sociedad apática y sumisa nuestro deber generacional era participar activamente en vez de vivir en la frustración de las quejas perpetuas -como sucede hoy en las redes sociales- por el estado de cosas que a mí y a mi generación nos tocó vivir.

Proveníamos de una sucesión de crisis recurrentes que estropearon sueños y aspiraciones. Los años del populismo priísta y presidencialista que vivió los excesos del poder. El negro Durazo y su Partenón, Doña Carmen Romano de López Portillo que viajaba a París en el avión presidencial con todo y piano. Los hermanos del presidente José Guillermo, Margarita y José Ramón su hijo, ocupando cargos públicos en su gobierno, los orgullos de su nepotismo. El presidente enamoraba a Sasha Montenegro la diva mexicana del cine de ficheras.

Un presidente que lloró en su último informe y nacionalizó la banca sin decir ni agua va, prometiendo defender al peso mexicano como un perro. “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” decía, cuando años atrás llamó a los mexicanos a prepararse para la abundancia. El peso se hizo trizas y la inflación se disparó de modo exponencial. Nos tocó luchar y ser aspiracionistas, aprender a sobrevivir, economizar para subsistir y añorar un mejor futuro.

Una serie de sucesos permitieron el tránsito a la democracia. Se logró pacíficamente mientras una parte aislada de la izquierda radicalizada apostaba por la vía armada. La otra parte institucionalizada pactó con el poder hasta que vino la ruptura en el PRI de la que surgió el frente democrático con Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo a la cabeza. La crisis política llegó a su momento más álgido con “la caída del sistema” suscitada por su artífice Manuel Bartlett lo cual restó todo crédito al triunfo de Salinas de Gortari. Eso obligó al viejo régimen a ceder, permitir elecciones libres y transitar a la pluralidad. No podía ser de otra manera al tiempo en que caía el muro de Berlín y los regímenes totalitarios como el polaco. Cayó la dictadura soviética y con ella el comunismo dictatorial.

México firmó el TLC con América del Norte, vino la apertura comercial y se crearon instituciones como la que dotó de autonomía al Banco de México. Aún así sobrevinieron nuevas crisis con De la Madrid y Zedillo en lo que nuestro país se integraba a la economía mundial. Al tiempo de la transición democrática en el año 2000 se consolidó la economía mexicana colocándose entre las 20 primeras del mundo. Solo que la desigualdad persistió en buena parte del centro y el sur del país. Eso alimentó la narrativa en contra del liberalismo económico. En vez invertir en el desarrollo apostaron por los programas sociales con gastos multimillonarios, pero no abatieron la pobreza.

Después de tres elecciones consecutivas con López Obrador a la cabeza la izquierda llegó al poder, aunque más bien el viejo PRI. Vivimos ahora una regresión a ese pasado. Se están destruyendo las instituciones que estorban a un presidencialismo arrollador, se consolida de nuevo un partido de estado. El estilo personal de gobernar se ha institucionalizado en forma de credo. Es lo que decidieron sin saber muchos mexicanos.

La única salvaguarda es que no hay reelección. Que el INE con sus defectos sobreviva a la andanada en su contra. La apuesta del poder es por la continuidad de una política de estado que ya tendrá tiempo para enderezar el barco o autocorregir sus errores. Vendrá la sucesión y con ello un nuevo estilo de gobernar independientemente del matiz ideológico. Morena está viviendo el parto de movimiento a partido y su prueba de fuego es sobrevivir a su lucha intestina por el poder y al aura del actual presidente que ya no podrá seguir siendo omnipresente. No todo está podrido ahí. Toca reflexionar a pesar de estar inmersos en una sociedad polarizada. Lo que no podemos es renunciar y resignarnos a dejar para los que vienen un futuro incierto.