Juan Carlos Cal y Mayor / Columna

A ESTRIBOR / Juan Carlos Cal y Mayor 

*** ¿Quién mató al comendador?

En la revelación del plagio de la ministra Yasmín Esquivel se nota que alguien se la tenía guardada. Ella se convirtió en la destinataria de la cosecha de los agrios frutos de la polarización que se ha sembrado vehementemente desde el poder. En su cuenta de twitter su sola aclaración sobre el presunto plagio fue vista por más de 6 millones de usuarios, un hecho inédito de la red social para un asunto como ese.

A pesar de los intentos por disipar la duda de que copió casi íntegramente la tesis de otro estudiante de la UNAM el asunto empeoró en vez de mejorar. Si tenía alguna posibilidad de presidir la SCJN, esta se esfumó. El asunto para muchos no para ahí dado que más allá de la evidencia pública, queda en duda también la participación de quienes intentaron falazmente desmentir los hechos.

De manera expedita la Fiscalía de la CDMX encontró culpable -aunque no punible-mediante una expedita investigación que deja mucho que desear. El plagio como delito ha prescrito, es decir, ya no se puede juzgar, pero lo que queda de nuevo en evidencia es la actuación de la autoridad que ni siquiera localizó o hizo declarar a la parte imputada. La historia de la asesora de tesis salió peor. Disque le fueron a depositar un sobre en su buzón de correo que contenía una carta firmada por el señor Baez, de lo que luego ella solicitó a un notario acudir a su domicilio para que este ratificara lo escrito.

La ratificación de una firma ante notario es un acto voluntario no una declaración obligada. Lo peor es lo supuestamente declarado al decir que tomó como referencia partes de la tesis. Quedan en duda el notario y la Fiscalía, cuyo actuar también debiera ser verificada y sancionado de alguna manera. Quien resolvió temporal pero salomónicamente fue la UNAM. El Rector Graue afirmó que la tesis fue plagiada pero no señaló expresamente a la ministra Esquivel. La investigación académica seguirá su curso apoyándose en más elementos, pero el prestigio de la universidad no quedará en duda.

Ahora se sabe que el autor de la tesis ha desmentido ser el plagiario. Un reportero publicó en el medio informativo Eje Central una entrevista que desmiente las versiones que se circularon para probar que él fue el plagiador. Un litigante en condiciones muy humildes y en mal estado de salud. El mismo al que también incriminaron de tener un historial delictivo, no grave, eso sí muy bien documentado.

La Corte eligió a su presidente en la persona de Norma Piña. Tras dos rondas de votación se impuso 6 contra 5 votos. La ministra Esquivel solo tuvo uno, de ella misma, y en la segunda ronda dos, quedando fuera. Ella expuso sus planteamientos previos a la votación, pero ningún ministro hizo referencia al respecto.

El asunto da para más pero no pasará de ahí. En un estado con una vigencia plena de su estado de derecho habría consecuencias legales para quienes intentaron enmendar la plana a la ministra. Todo se disipará -como suele suceder- con nuevos escándalos, como la detención de El Chapito- en esta nuestra sociedad del espectáculo. Es la nueva normalidad a la que ya nos acostumbramos. Quizás tendrá incidencia en lo político.

En este tiempo donde la justicia plena sigue siendo un espejismo quien emite su veredicto es la opinión pública. Es una forma de inquisición. En la revolución francesa, unos 10 mil curiosos contemplaron cómo la reina María Antonieta pisó, sin querer, a su verdugo y pronunció las que serían sus últimas palabras: “Señor, le pido perdón, no lo hice a propósito”. Luego la decapitaron. Como en la obra de Lope de Vega, cuando se pregunta ¿quién mató al comendador? La respuesta fue, Fuenteovejuna, señor.