A ESTRIBOR / Juan Carlos Cal y Mayor
*** El futuro incierto
Me pregunto si el destino de Chiapas será siempre la pobreza. Le medianía de unos cuantos a veces mal habida. Si vamos a seguir dependiendo de por vida del asistencialismo o del gobierno como fuente de ingresos. Nuestra población más pobre crece a más del doble de la nacional y para esas nuevas generaciones no hay más asidero que la caridad del gobierno ante la falta de oportunidades y el acceso a la movilidad social. Los más pobres entre los pobres del país, los nuestros, parecen condenados a ese destino manifiesto. La única alternativa es salir corriendo a la primera oportunidad. Migrar a otros estados o a los EU en busca de empleos mejor remunerados.
Gobierno tras gobierno la narrativa triunfalista gubernamental se estrella contra la realidad. De nuestra mediocre clase política nada se puede esperar, llegan a servirse, no ha servir. Se busca el poder como vía de acceso para mejorar el estatus con dinero mal habido. La reputación no cuenta. La rapiña es una fina habilidad de la que todos son comparsa. El empresario a cambio de negocios o prebendas, el pobre a cambio de mendrugos.
Desde arriba hasta abajo todos alineados con el poder en turno. Nuestra modesta clase media a cambio de una chamba, una plaza en el gobierno o el magisterio y si se puede a una concesión de transporte. Muchos miles viviendo en la informalidad o la ilegalidad. La venta de huachicol, madera clandestina o la piratería. Pocos negocios establecidos producto de mucho esfuerzo y sacrificio.
El circo nunca falla. Las ferias de pueblo, el festín, nuestra colorida algarabía, no puede faltar. Un poco de alegría para mantener satisfecho el humor social. Para no olvidar que somos inmensamente ricos en nuestras tradiciones y profundamente pobres al mismo tiempo. Sobrevivimos gracias a la transfusión presupuestal que sostiene una economía pendiente de esos clavos. Nuestros ricos no son más ricos que los verdaderos ricos del centro y el norte del país. Son ellos, tras 25 años, los grandes beneficiarios de nuestros acuerdos de libre comercio.
Por eso es una paradoja que seamos al mismo tiempo de ser tan pobres entre los más importantes productores de café, cacao o plátano. Al fin bananeros, vivimos pobres pero felices. Ni el trasiego de drogas ni el tráfico de indocumentados vulneraban la paz social. Ahora la violencia también nos alcanzó como al resto del país en esa metástasis consecuente con la displicencia y ausencia de autoridad ante la delincuencia, que no los ve ni los oye, aunque se placeen en nuestras narices. Ellos la autoridad viven en la dimensión desconocida dando el reporte del clima y acciones de gobierno que utilizan para la promoción personal.
Como ya viene el tiempo de la cosecha política todos sus parásitos corren prestos a apuntarse. Les comen las ansias y se burlan de la ley. Caminan desnudos con trajes de rey que solo los zafios creen ver. Ellos, nuestros analfabetos empoderados van felices como el flautista de Hamelin seduciendo a sus seguidores con su retórica hueca, falsaria y trillada. El tuerto es rey en el país de los ciegos.
No miran, no quieren, no les interesa ver la miseria que nos rodea. No se toman la molestia de entender, de encontrar soluciones a nuestros grandes rezagos, y lo que pasa es que no saben. Están donde están por las coyunturas del poder resolviendo su presente, cancelando nuestro futuro. Por eso las nuevas generaciones ya no creen en nada. ¿Seremos capaces de cambiar esa realidad? ¿Quién o qué puede lograrlo? Porque lo que se ve a simple vista es para llorar. Pobre Chiapas.