Mario Caballero / Columna

Letras Desnudas / Mario Caballero

***El Doritos 

Regreso de vacaciones y me encuentro que el mayor escándalo político de la semana pasada lo dio Roberto Albores Gleason, a quien desde ahora el apelativo de “El Cachorro” le queda demasiado guango. Es más, sus críticos ya ni siquiera lo pueden llamar “alboritos” para minimizarlo. Pues el apodo que mejor va con él es el de “El Doritos”.

Lo de Gleason es un asunto que mancha la política chiapaneca, pero sobre todo la de su familia y la de su padre, el exgobernador Roberto Albores Guillén. Permítame explicarlo.

En este espacio varias veces lo he dicho y ahora lo sostengo. Albores padre, más allá de los serios señalamientos en su contra, sobre todo los que tienen que ver en materia de abuso de poder, nepotismo, tráfico de influencias y corrupción, ha sido un político de altos vuelos.

Por decir algo, brilló con luz propia, escaló con base a sus méritos personales y profesionales en la estructura de su ex partido, lo que le permitió codearse con la crema y nata de aquel poderoso PRI y hablarles de tú a tú a los presidentes de la República. No por nada llegó a cubrir un interinato en el Gobierno de Chiapas. Hoy en día, incluso, se le reconocen algunos vínculos con las más altas esferas de la política nacional.

Su hijo, sin embargo, es un fracaso. Vaya, llamarlo político es concederle una distinción que no se ha ganado, que no ha logrado personificar y menos todavía dignificar. Como solemos decir en el pueblo, “no le llega ni a los talones” a su padre.

HIJO DE PAPI

No exagero. Roberto Albores Gleason es un júnior, no un actor político. Es de esas personas a las que le gusta presumir su riqueza, su poder, sus viajes por los distintos países del mundo. Es un bon vivant que se dedica de tiempo completo a disfrutar de los placeres de la vida, que conoce cuál es el maridaje más recomendable para cada alimento. Por ejemplo, dice que los mariscos casan bien con el vino blanco, pero que le queda mejor un vino dulce o floral como el albariño. También se jacta de que el Peccatorum es la elección adecuada para los chocolates y los postres de café o cacao.

De eso es lo que sabe y platica Albores Gleason. Viajes, comida y bebidas son sus temas de conversación. Cuando escuchamos a su padre reflexionar sobre las políticas de seguridad y económicas del gobierno actual, y proponiendo posibles soluciones en esas materias, él habla de fiestas y borracheras con sus amigos, de sus viajes a lugares exóticos y de su guardarropa. Así de frívolo. ¡Mjú! Pero eso no es nada.

LA INDIA MARÍA

Como todo hijo de papi, siente que lo merece todo, aunque nada de lo que es o tiene lo haya logrado por méritos propios. Ahí están sus cargos públicos y legislativos y hasta la candidatura de hace cinco años al Gobierno del Estado, que fueron producto de negociaciones políticas hechas por don Albores Guillén.

Bueno, el júnior afirma que estará en la boleta de 2024. ¿Pero cómo piensa lograrlo si es una persona de la que no se puede fiar?

¿Recuerda que hace unos meses hizo el oso de su vida al presentar su renuncia al PRI cuando desde hacía cuatro años había perdido su militancia por no haber ratificado su afiliación al partido? Ok. Pues tras hacer el ridículo mostró entusiasmo por incrustarse al Partido Chiapas Unido.

El que lo estaba impulsando era ni más ni menos que el personaje más desprestigiado de la 4T en Chiapas, Ismael Brito Mazariegos, quien tras el fuero de la diputación federal está escabulléndose de la justicia por los señalamientos de corrupción, tráfico de influencias y extorsión que pesan en su contra.

Tiene razón Alex Lora al decir que “las piedras rodando se encuentran”. Brito buscaba el apoyo de políticos con buena billetera y Gleason el espacio en cualquier partido para regresar a la competencia por el poder, o mejor dicho, que le permitiera estar de nueva cuenta viviendo del presupuesto. Fue así que se trabó esa aparente alianza.

Y digo aparente, ya que días después Albores Jr. se dejó ver públicamente en reunión con militantes del Partido Verde. Ahí que no pocos dedujeran que el ex candidato que “no se asusta ni se raja” se pondría la casaca de los verdecologistas, pero no. Al poco tiempo, se daba pellizcos de pompis con los de Movimiento Ciudadano.

Así de perdido y desesperado anda el hijo del exgobernador Albores, quien no encuentra acomodo en ningún lado. Como en la película de la India María, no es de aquí ni de allá.

EL NUEVO APODO

¿Sabe qué es lo peor? Su falta de dignidad.

Es deber de todo político, sobre todas las cosas, defender y proteger su prestigio, su buen nombre, su credibilidad. Albores Gleason no sólo ha sido incongruente, sino también se ha encargado de pisotearse a sí mismo.

Por eso lo vimos el miércoles pasado felizmente abrazado de Marden Camacho y Jesús Domínguez, que para el caso son los coordinadores del movimiento de Adán Augusto López en el estado.

Es decir, Gleason pasó de coquetear con Chiapas Unido, luego con el Verde, posteriormente con Movimiento Ciudadano y, después, estaba muy a gusto con los operadores de Adán Augusto. Y bajo esa foto publicó en las redes sociales: “Construyendo futuro juntos, trabajaremos para aprovechar todas las oportunidades que se presentan en el horizonte de Chiapas para impulsar su transformación”. ¡Ajá!

Pero como dice el clásico “tres doritos después”, al siguiente día corrió hasta la ciudad de Mérida a encontrarse con Manuel Velasco Coello, también aspirante a la candidatura presidencial de la alianza encabezada por Morena.

Así de desfachatado está Roberto Albores, que con estas acciones demuestra no tener escrúpulos, identidad, congruencia, dignidad. Como la veleta, no se define si va con Adán Augusto o con “El güero” Velasco.

Ahí que su nuevo apodo sea “El Doritos”.

PATÉTICO

En el colmo del absurdo, le ha dado por revivir los spots de su propaganda política de 2018, donde se ve a un Roberto Albores Gleason muy diferente al actual. Antes estaba delgado y tenía un cuidado personal de primera. Lo que es ahora, luce una barba de vagabundo, una panza de cantinero que hace evidentes sus 20 kilos de más y viste como un empleado de bar de medio pelo.

Qué patético es querer revivir una carrera política sin saber lo que se quiere y sabiendo que esa misma carrera política fue hecha por otra persona. En este caso, el padre de Albores Gleason.

Y es más triste que en el ánimo de volver a la política después de cuatro años de ausencia, Gleason lo quiera hacer desde Morena. Dando a entender con ello que reconoce que el proyecto morenista fue mejor que el suyo en 2018. Para su propia vergüenza lo digo.

De Albores Gleason yo no espero nada más que continúe demostrando que la incongruencia y el oportunismo no tienen límites. Ya se subió a ese tren y ahora sale con que encabezará un movimiento político sin colores. Ternurita.

Del que sí espero algo es de Albores Guillén. Por lo menos un manotazo en la mesa que le diga a su hijo que con sus desatinos y tonterías está avergonzando y humillando la imagen de la familia. Sólo él podría hacer algo por rescatar lo poco que queda de su casta política.

Twitter: @_MarioCaballero