Cuento

Ariel Grajales Rodas 

En un ejido de Villaflores, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía una conocida bruja, muy solicitada por todo tipo de personas.

Hasta allá fue Melitón para que su mujercita encontrara la sanación de algunos síntomas que ella imaginaba que eran de algún “trabajo” de brujería, realizado por alguna envidiosa. 

Pronto el dinero se agotó y su esposa seguía enferma. Melitón se ofreció como “chalán” de la hechicera para pagar los gastos de su mujer.

Por su carácter tranquilo y obediente,  Melitón se ganó la confianza de la bruja, quien en sus sesiones de sanación se le “metía” el espíritu de un tal “Valverde”, que exigía cigarros y licores para poder “curar”.

Ahí, Melitón dejó de fumar cigarros Alas Extra y los cambió por los Marlboro, el aguardiente dejó de circular por sus venas y ahora consumía de brandy Don Pedro en adelante. Hasta su modito de caminar modificó.

Y es que Melitón era el encargado de ir al panteón para “sembrar” los “trabajitos” que después la bruja, poseída por “Valverde”, señalaría a la medianoche donde estaban ubicados para  desenterrarlos y terminar con los hechizos de los enemigos de sus clientes, previo pago de una buena cantidad de dinero. 

Fueron innumerables las ocasiones en que Melitón y su patrona fumaron y se emborracharon frente a un altar tapizado de imágenes de santos, gracias a las ofrendas en especie que los clientes dejaban en honor a “Valverde”.  El olor a albahaca y ruda eran complementos de las francachelas

Melitón aprendió la técnica para retorcerse como gusano mientras el espíritu invocado poseía el cuerpo y cambiar la voz para que el show fuera creíble.  

La debacle comenzó cuando un día un acaudalado ranchero llegó ante la bruja porque  desde cinco años atrás nada le salía bien y pensaba que se trataba de un “trabajo” de brujería.

La sospecha del ranchero fue confirmada por la bruja a través de “Valverde”. Esa misma noche sería desenterrado su muñeco ensartado con alfileres que un enemigo suyo había mandado a elaborar con magia negra, seis años atrás. 

Melitón ya sabía dónde enterrar este tipo de muñecos en el panteón para que la bruja llegara a señalar el sitio exacto a la medianoche. 

Tal y como estaba planeado, tras la posesión del espíritu y algunas contorsiones, Melitón cavó al lado de una tumba siguiendo las indicaciones de la bruja en trance  y ¡oh, sorpresa!,  un muñeco de trapo ensartado con una docena de alfileres apareció. 

El ganadero tomó el muñeco para curiosearlo, pero los alfileres brillaron ante la luz de la luna. El “trabajo” tenía seis años y los alfileres estaban nuevos, intactos. 

El supuesto embrujado sacó su pistola y disparó a los pies de los tunantes que pretendían tomarle el pelo. 

Bruja y ayudante huyeron despavoridos. Algunos afirmaron que los fugitivos ni pisaban el suelo en su loca carrera por salvar el pellejo y que un olor a caca los siguió en su huida.